Casi a punto
18 April 2018
La economía de Brasil muestra señales positivas y la recuperación es real, pero persisten dudas por las elecciones.
En estos momentos la sensación es positiva en Brasil. Ha vuelto un cierto grado de optimismo dejando atrás un período negro de recesión y crisis política que parecía sin solución. Hay “peros”, sin duda, sin embargo, no se debe dejar de aprovechar el primer buen momento para al menos respirar.
El PIB volvió a crecer en 2017, alcanzando una tasa del 1%. Un valor absoluto que es pequeño, sobre todo si se lo compara con la pobre base de 2016 (-3,5%) y 2015 (-3,8%). No obstante, en términos relativos un PIB de 1% en Brasil es un volumen financiero que sirve para generar expectativas importantes, y es así como muchos sectores se están reanimando de a poco.
El campeón nacional es, como siempre, la agro ganadería, que creció un 13% en 2017, seguida por las industrias extractivas (minería, agregados pétreos, arena etc.) con un 4,3% y luego el comercio con un 1,8%. La manufactura creció un 1,7% y las actividades inmobiliarias aumentaron un 1,1%.
Estos son los sectores que crecieron por sobre el PIB, mostrando claramente quienes fueron los responsables por el crecimiento general de la economía.
En lo que toca al público lector de Construcción Latinoamericana, la noticia es mala si se la lee en términos aislados. El sector de construcción vivió en 2017 una nueva caída: perdió un 5%, producto de una parálisis todavía fuerte en casi todos los subsectores de la infraestructura, como puertos, aeropuertos, grandes carreteras y la industria de petróleo y gas.
Pero no se debe desconocer la reactivación del mercado de compraventa de residencias y oficinas en el país. En 2017, la venta de unidades residenciales (nuevas y usadas) creció un 9,4%, lo que fue superior al crecimiento que también se verificó en el nivel de lanzamientos de edificios recientemente construidos (5,2%). Esta diferencia implica una disminución del stock de inmuebles, y apunta a que la construcción inmobiliaria seguirá creciendo este año. De hecho, la Cámara Brasileña de la Industria de la Construcción (CBIC) prevé un crecimiento del 10% para 2018.
Macroeconomía
Todo esto responde a factores macroeconómicos. Para efectos de comparación, en 2015 cuando se vivió el peak de la crisis brasileña, la inflación casi se salió de control al llegar a casi 11% al año. Esto llevó a que el Banco Central aumentara la tasa básica de interés a 14,25%, y la mantuvo ahí por más de un año. Ahora la situación es distinta: la caída abrupta de la demanda hizo caer la inflación, que fue de un 2,97% en 2017, mientras que el Banco Central retrocedió los intereses básicos a 6,75%, la más baja en dos décadas.
Este nuevo contexto ha traído de vuelta la capacidad de endeudamiento y de inversión, el mayor consumo de las familias y las expansiones empresariales. Un efecto que está en línea con ello es la compra de inmuebles, siempre dependiente de créditos bancarios.
Lamentablemente, el sano momento que se vive ahora en Brasil es producto de la inercia de las leyes económicas. Lo único que se alteró profundamente en el contexto del gobierno de Michel Temer fueron las expectativas de que los controles macroeconómicos no serían abandonados. De las reformas estructurales prometidas por el presidente que reemplazó a Dilma Rousseff, casi nada vio la luz.
Cuando dependía de los agentes políticos, la economía no recibió ayudas consistentes. Brasil sigue teniendo un sistema provisional que genera deudas públicas siempre crecientes, un sistema tributario regresivo que cobra impuestos del consumo más que de la renta, un sistema administrativo con un número excesivo de burócratas bien remunerados.
La conclusión es que, una vez más, el cambio de estructuras queda para el futuro. Y es exactamente el futuro al corto plazo el que trae nuevas incertidumbres al país, específicamente las elecciones presidenciales de octubre de este año.
Elecciones
El cuadro no está claro y no lo estará hasta agosto, cuando termina el plazo para el registro de candidatos. Pero lo que se avecina desde ahora es una elección imperdible.
Un punto que se está definiendo es la participación del ex presidente Ignacio Lula da Silva, quien ya expresó su voluntad de ser candidato por su Partido de Trabajadores, pero que debe esperar la confirmación de su condena por haber recibido favores de empresas constructoras a cambio de facilitarles la vida en contratos de obras públicas y con Petrobras. De confirmarse, Lula queda impedido de presentarse. Sin embargo, si logra sortear su problema y se candidatea, la elección le estará prácticamente asegurada (todas las encuestas le dan más del 30% de intenciones de voto).
Sin Lula, la elección quedará en suspenso hasta el último minuto.
Desde la extrema derecha, el ex capitán del Ejército, Jair Bolsonaro, tiene un discurso fuerte en materia de seguridad pública, pero en economía confunde los conceptos básicos y cambia de posición entre un nacionalismo que promete la autosuficiencia brasileña y un liberalismo mal explicado que agrada a sus seguidores, pero que el candidato no desarrolla.
El centro está siendo disputado por al menos cinco candidatos. La centro-derecha tiene hasta el momento al gobernador de São Paulo, Geraldo Alckmin, quien sería bueno para la economía, pero tiene dificultades en conseguir votos a nivel nacional. También por la centro-derecha el diputado Rodrigo Maia lanzó su candidatura, tiene un pensamiento similar al de Alckmin, y también es similar su impopularidad.
Desde la centro-izquierda, el conocido Ciro Gomes viene con propuestas de desarrollo económico, pero con fuerte acento en el proteccionismo que tanto daño ha hecho a Brasil en décadas. También está Marina Silva, quien tiene una historia de liderazgo social en la Amazonía, pero nunca se ha definido muy bien en la gran política.
Un paquete de otros nombres menos expresivos deberá aparecer, sin chances de ganar, pero seguro van a vender caro sus apoyos en una muy probable segunda vuelta.
Esto es lo que se conoce hasta el momento y puede cambiar con el pasar de los meses. Algunas otras hipótesis que considerar son las candidaturas del actual Ministro de Hacienda, Henrique Meirelles y del ex juez de la suprema corte, Joaquim Barbosa.
Necesidades
Así están de complicadas las cosas en el escenario político de Brasil, aunque irónicamente los problemas y necesidades reales son gritadas todos los días en la cara de los políticos.
Se trata de un país de dimensión continental con muchos lugares donde ni siquiera hay carreteras pavimentadas. Una economía industrializada que duplica el valor de su operación debido a las tasas y subsidios que no alivian costos adicionales generados por falta de vías, ferrovías, puertos y aeropuertos. Esto sin mencionar lo torpe que es el sistema educacional -que forma la mano de obra del futuro-, y la salud pública -que cuida la mano de obra del presente.
En cualquier foro de discusiones del empresariado nacional, la precaria infraestructura vuelve a ser tema. Todos saben que es un cuello de botella histórico y profundo. Pero por clara que sea la necesidad, el país no tiene un marco legal que le permita modernizarse.
“El país tiene que invertir un 3% de su PIB para mantener la estructura que existe hoy, pero en el año pasado, lo que se invirtió fue menos que esta meta, un 1,3%. Para que podamos crecer entre 4% y 5% al año es imperioso invertir algo cercano a los 5% del PIB en infraestructura, lo que generaría 1,5 millón de empleos”, afirma el presidente de la CBIC, José Carlos Martins.
La salida para que esto llegue a suceder, en la opinión del líder de la construcción brasileña, son las APPs. Sin este esquema de inversión que es utilizado con éxito en varios países de América Latina, Brasil no saldrá de su rezago.
“Las concesiones municipales son una gran oportunidad de negocio para las empresas del sector, principalmente las de pequeño y mediano tamaño, que pueden ejecutar muy bien obras de estacionamientos, infraestructura de salud y educación, iluminación pública y tantas otras cosas”, dice Martins.
El economista de CBIC, Luís Fernando Melo Mendes, hace coro al afirmar que “sin una construcción robusta, que recupere la inversión nacional y ayude en la competitividad, la recuperación no será ni completa, ni suficiente”.
Nuevo mercado de construcción comienza a aparecer
Los efectos de las investigaciones por corrupción que tomaron el control de las noticias en Brasil desde 2014 y derrumbaron el sector de la construcción, ahora se hacen sentir en una reconfiguración del mercado de obras públicas.
Con los principales nombres de la industria de construcción pesada fuera del juego, muchos preveían un cambio estructural en este mercado, lo que ahora comienza a confirmarse.
En 2017, en lugar de constructoras multinacionales famosas, la empresa que más ha recibido encargos federales para obras de infraestructura fue Sanches Tripoloni, que se ha especializado en construcción de vías secundarias en los estados de São Paulo y Paraná en sus 30 años de actuación.
Sanches Tripoloni recibió durante 2017, por parte del gobierno federal, cerca de US$155 millones para servicios de obras de mejoramiento, mantenimiento y construcción de carreteras. Eso que, en 2014, la compañía ni siquiera figuraba entre las 10 principales en recibir inversiones públicas, habiendo obtenido ese año cerca de US$61 millones (en valores actuales). Ahora, la constructora quiere entrar en los mercados de Paraguay y Perú, además de ganar concesiones viales en Brasil.
En segundo lugar, sorprendentemente, está Odebrecht, pero porque su proyecto tiene que ver con un submarino nuclear que consume inversiones muy importantes, no teniendo mucho que ver con construcción pesada.
En tercer lugar está LCM Construções, del estado de Minas Gerais, que con cerca de US$114 millones recibidos en 2017 dedica el 100% a construcción vial. Les siguen otras empresas que están en curva ascendiente, como Castilho, Empresa Construtora Brasil, Serveng Civilsan, Paviservice, Neovia, Apia y Souza Reis.